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Conocer para romper estereotipos

Desde pequeño me ha gustado conocer, aprender cómo viven, cómo hacen, qué comen o qué piensan las gentes de países distintos y culturas diferentes. Siempre me ha sorprendido lo diferente que nos comportamos y pensamos según el país, la región o la provincia de cada uno, y siempre me ha atraído saber el porqué.

A lo mejor esa es la razón que me ha empujado desde pequeño a querer visitar países, tener experiencias en el extranjero, en lugares donde lo que es normal para mí, allí no lo sea tanto, donde hablen otro idioma que yo deba aprender para así poder congeniar con la gente. Este deseo, debo decir, ha sido potenciado en gran medida por mis padres, ya que tuve la suerte de poder viajar siendo joven, y ellos siempre me animaron a hacerlo.

En el instituto elegí francés como asignatura optativa en lugar de otras más fáciles o donde coincidiría con mis amigos. Me parecía una grandísima oportunidad poder aprender un idioma (aunque fuese poco a poco) en lugar de pasar 3 horas por semana en algo que no me interesara. Y cuento esto porque es fundamental para lo que viene.

Años más tarde, ya en la universidad, supe que quería hacer un Erasmus, pasar un año fuera, donde pudiera aprender no sólo de la carrera sino también de la gente y sus costumbres. Es más, me enteré que podía hacer no sólo eso, sino también ¡otro año de intercambio con la beca propia de la universidad! Ese se convirtió pues en mi objetivo ya desde el primer año.

Un día coincidí con un estudiante de telecomunicaciones que se iba de Erasmus al año siguiente. Me crucé con él por casualidad también un año después, antes de que se fuera a EEUU para otro intercambio, ¡justo lo que yo quería para mí, estudiar en varios países! Así pues, hablando me contó sobre los programas y cursos BEST, sobre las prácticas IAESTE, sobre los intercambios de estudios, etc., y algo que me dijo que se me quedó grabado fue “Existen muchos programas, becas, prácticas y demás para estudiantes, lo que pasa es que casi no se anuncian, hay que moverse para encontrarlas. Y luego eso es algo que las empresas miran mucho, que te atrevas a irte fuera a probar”.

La verdad es que tomé sus consejos muy en serio, y me puse a buscar qué podía hacer. Lo que más me atrajo fue, sin duda alguna, la asociación de intercambio de estudiantes IAESTE, la cual permite y facilita la realización de prácticas en el extranjero (el que no lo conozca que le eche un vistazo, es genial). Me centré en poder formar parte del programa y poder realizar prácticas de empresa (preciso que en España ya era muy complicado para mi carrera), lo cual también consideraba necesario.

Belgrado, Serbia

Con IAESTE conseguí 6 semanas de prácticas en Serbia, en una gran empresa de hidráulica (que además es el campo en el que buscaba). “Los serbios son serios”, “los de por allí son muy cerrados”, me decían algunos al contarles donde iba a pasar mi verano. Pues nada más lejos de la realidad: simpáticos, acogedores, sonrientes, dispuestos a echar una mano. Y esto no me lo dijo nadie, esto lo aprendí haciendo lo que me gusta, es decir, hablando con la gente y aprendiendo de cada uno.

Hay algo que no me gustaría saltarme, que me marcó y que todavía digo a mis amigos sobre viajar. Al grupo internacional de estudiantes que nos movíamos juntos por Belgrado se acercó un día un estadunidense, un antropólogo joven que estaba realizando unos estudios en los Balcanes, y pasó dos días con nosotros. Hablando con él me dijo que “Cuando estamos en el extranjero, somos embajadores de nuestro país. Lo que hagas, digas o como te comportes será como juzguen a los de tu país”.

No le di mucha importancia, la verdad es que tampoco acabé de entenderlo, pero ahora la frase no puede tener más sentido para mí. Ahora entiendo que si un español (hablo de español por tratarse de mi caso) se pelea con un local en otro país, lo normal es que la gente que lo vea piense que los españoles son peleones; igual que si un español es simpático en el extranjero, la gente a su alrededor va a pensar “hay que ver que simpáticos son los españoles”. Esas generalizaciones las hacemos todos, de manera inconsciente, y acaban quedándose grabadas en nuestra mente.

Pues bien, este aprendizaje del mundo y de la vida lo tuve mezclándome e intentando congeniar con gente que piensa diferente a como yo lo hago.

París, Francia

Así pues, llegó el momento de estudiar las posibilidades para estudiar en el extranjero, siempre teniendo claro que quería elegir un destino donde pudiese practicar el inglés, mejorarlo de verdad. Sin embargo, esto no fue lo que sucedió. Profundizando en las posibilidades que tenía a mano, vi que existía un programa de doble-titulación, es decir, estudiar dos años en otra universidad, ateniéndose a los acuerdos educativos entre ambas (nada de seleccionar asignaturas, por ejemplo), y obtener también el título de esta segunda universidad.

La verdad es que me llamó la atención, sin embargo, había un pero: las dos opciones eran en universidades en París, lo cual iba contra mi idea de aprender en inglés. Además, yo estaba cursando asignaturas de 4º, las cuales no me contarían si obtenía la beca.

Luego de muchas preguntas, búsquedas y dudas, decidí ir a por ello: presenté mi solicitud, busqué un profesor de francés para preparar la entrevista y me preparé. Al final, obtuve la beca y me fui a estudiar dos años a París.

Tener la posibilidad de estudiar en otro país es genial, y aprovecharlo es maravilloso: conoces gente nueva, ves otra forma de educación, comes diferente, vives diferente, te esfuerzas en lograr tu objetivo, haces de turista, y, sobre todo, aprendes de otra cultura.

Me sorprendió lo emprendedora que es la gente en Francia y las ganas que le ponen. Mientras que nosotros (al menos en mi caso) en la universidad disponíamos del Vicerrectorado de Deportes, actividades propias de la universidad, etc., en Francia los alumnos forman asociaciones para todo: deportes, viajes de esquí, voluntariados en países sub-desarrollados, catas de vino, caminatas de varios días por la montaña, etc. Estas asociaciones son creadas, gestionadas y controladas por los mismos alumnos, algo que dista mucho de la idea que tenemos en España (repito, al menos en mi caso).

Las diferencias culturales son palpables en todos los ámbitos:

  • Deportes – en los entrenamientos del equipo de fútbol de la universidad no había concesiones, se jugaba duro y sin contemplaciones, y si te daban una patada ni disculpas ni nada aun siendo compañeros de equipo, que el juego continúe. Viniendo del país del tiki-taka, esta forma de entender el fútbol a este nivel me sorprendió.
  • Formalidades – desde pequeños aprenden a dirigirse tanto de manera formal como informal. La manera de dirigirse a profesores, trabajadores y demás es seria y respetuosa. A mí personalmente me resulta fría y que nos aleja de poder establecer relaciones personales cercanas.
  • Quedadas – Mientras que en España quedamos con nuestros amigos en la calle, y, prácticamente, hacemos vida en la calle, aquí se prefiere ir a casas, ya sea para comer, hacer una fiesta o juntarse una tarde.
  • Fiestas universitarias – Curiosamente la formalidad se pierde rápidamente en las fiestas: al cabo de dos horas los vasos vuelan, cosas se rompen y empieza la apoteosis; una hora más tarde la ingesta de alcohol manda a cada uno a su casa. Hasta la próxima.
  • Contacto – En España es muy común poner la mano en el hombro de alguien, de manera cordial, con unos ligeros golpecitos incluso. Dar dos besos sin tocar con la mano a la otra persona se hace raro e impersonal. Pues en Francia es totalmente al contrario, el contacto en estos casos es extraño y la gente no se siente cómodo con él.

Tuve la gran suerte de vivir con 6 franceses amigos en una casa. Fue una experiencia enriquecedora, divertida, y sobre todo diferente. Mejoré mi nivel de francés extraordinariamente (hablaba francés las 24h) e hice una maravillosa relación con dos de ellos que a día de hoy continúa.

Tras un año y medio de estudios, y unas prácticas en una empresa de construcción durante un verano (en España me hubiese sido casi imposible), me tocaba realizar unas prácticas de investigación, en empresa preferiblemente, durante 6 meses. Después de no sé cuántas entrevistas llegué a Hydroplus, que me encantó, hacía lo que yo quería hacer y buscaban un pasante. Que sorpresa la mía cuando, durante las entrevistas, uno de los comerciales me dijo que había trabajado con la empresa con la que estuve en Serbia y de la que traía una carta de recomendación. Si esa experiencia previa me otorgó la posibilidad de trabajar en Hydroplus, no lo sé, pero seguro que su granito aportó.

Santo Domingo, República Dominicana

Tras 9 meses en Hydroplus, la empresa madre me ofreció la oportunidad de marcharme como Gerente Técnico a un proyecto de saneamiento en República Dominicana. Tras más de 2 años en París y con las ganas de conocer y aprender intactas, dije que sí y allí que me fui.

“A la playa, eh, chaval”, “madre mía, te vas a poner súper moreno”, “vaya vida, ¡qué suerte!”, eran algunos de los comentarios que recibí al dar la noticia. Nada más lejos de la realidad: Santo Domingo no tiene playa, trabajaba 6 días a la semana, y un día como máximo a la semana no da para uno ponerse moreno.

No voy a negar que fui a parajes increíbles, a playas perdidas de difícil acceso donde la libertad es máxima y que un turista no llega a conocer, que bailé y dejé de ser “uno de esos europeos que no saben mover la cadera”, que degusté el ron dominicano al borde del mar y que disfruté.

Si tuviese que definir en una palabra a República Dominicana elegiría la palabra alegría. La gente sonríe, ya sea por la mañana o por la noche, tengan dinero o tengan deudas, estén en un bar o en el hospital. Saben sacarle la broma a todo de una manera graciosa y pegadiza, como hace Juan Luís Guerra en su canción El Niágara en bicicleta. Saben que hay un problema, que este debe resolverse, y sin embargo eligen y consiguen poner buena cara y disfrutar de la vida. Y si encima hay música de fondo (que siempre la hay), la sonrisa va de oreja a oreja.

En muchas cosas encontré mayores similitudes con los dominicanos que con los franceses, (quién lo diría si comparamos las distancias) tanto en el ambiente de trabajo (contar algo de la vida privada ya no era un tabú, los compañeros de trabajo se hacen amigos y se unen a los grupos) como en la vida social (juntarse regularmente con amigos, poder hablar con la gente en la calle).

Alguien me dijo “el ritmo de vida es más lento, todo ocurre más despacio, la gente no se estresa”, y es verdad. No le dan al tiempo el valor que le otorgamos nosotros, esperar por algo no es molestia y es algo aceptado, y llegar tarde es algo de todos los días. No niego que fue difícil acostumbrarse, que esto provoca un stress difícil de gestionar y uno nunca consigue asumirlo completamente.

Analizando esta situación y aprendiendo de la forma de vida me surgieron las siguientes dudas: ¿no tendrán ellos razón, al no estresarse? ¿Por qué nosotros corremos para coger el metro o el autobús, y entramos acelerados, cuando 3 minutos más tarde pasa otro? ¿Qué sentido tiene poner mala cara hoy, si cuando pasó algo malo fue ayer?

Y aprendí, vamos que si aprendí…

¿Con qué me quedo?

Personalmente no creo que una cultura sea mejor que otra, si no que una nos puede gustar o nos podemos adaptar mejor que a otra. En mi caso, considero que los extremos no son buenos, ni de un lado ni del otro. Es decir, que se puede llegar a un término medio entre la seriedad y la simpatía, entre ser puntual y estresarse o llegar tarde y no conocer el stress, entre focalizarse en trabajar o en hacer vida social.

Creo que al final, lo que uno puede aprender de las experiencias en otras culturas es a tomar de cada una lo que considera más correcto, más aplicable para su vida y la de los que están a su alrededor, y servirse de ello. Al refrán “donde fueres, haz lo que vieres”, para estos casos le añadiría un “y aprende cuanto pudieres”.

Muchas veces salir del cascarón, fuera de esa zona de confort, puede ser complicado y duro, no siempre se pasa bien y las cosas a veces no son tan bonitas como nos las presentan. No siempre aceptamos que otros actúen de manera diferente y consideramos lo nuestro como superior, por encima. Pero lo que está claro es que viajar, estudiar o trabajar en otro país y, sobre todo, mezclarse con los locales y aprender de ellos, aporta enseñanzas que no están escritas en libros y que no pueden aprenderse en videos de youtube, son cosas que hay que vivir, sufrir y disfrutar.

Así pues, animo a todos los que tengan la oportunidad de estudiar o de trabajar en el extranjero a aprovecharla y sacar lo mejor de ella.

Joaquín Morató Pastor

Joaquín Morató es Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad Politécnica de Valencia.

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