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¿Haces tú el camino o el camino te hace a ti?

Una década y tres destinos, ese es el tramo que llevo recorrido y aún quedan muchas bifurcaciones que tomar. Me llamo Carmen, soy de Antequera, Málaga, y estudié arquitectura en la Escuela Técnica Superior de Granada. Me complace poder participar en esta iniciativa con la que muchos nos sentimos identificados y compartir mi experiencia por el mundo.

Río Kamo, Kioto 2013.

Primera etapa: nacimiento de una pasión.

Recuerdo mi primer viaje fuera de España, una amiga y yo partimos hacia Italia con 17 años, fue gracias a una tía abuela mía que me apoyó en mis primeros pasos como viajera. Tras ese inolvidable viaje, decidí que yo quería ser como Phileas Fogg, y no dejar de darle vueltas al mundo.

Comencé realizando algunos viajes académicos, en concreto a Italia y Turquía, gracias a un profesor de historia de la arquitectura único, que se atrevía a viajar por el mundo con toda la clase, transmitiéndonos su entusiasmo por la arquitectura; también viajé de vez en cuando por España y Portugal con la familia. Pero fue en el curso 2008-09, cuando decidí irme a Leuven, o Lovaina la vieja para los españoles, en Bélgica, a realizar mi cuarto año de arquitectura. Elegí este destino no sólo porque se impartían las clases en inglés y porque la universidad estaba especializada en urbanismo, uno de mis campos favoritos, sino por su situación privilegiada en Europa; gracias a ello pude viajar fácilmente a lugares, muchos lugares…como Londres, París, Viena, Budapest, Praga, Suiza, Lyon, Holanda…

Escuela de Arquitectura en KULeuven, Bélgica 2009.

Fue una de las mejores decisiones que he tomado, tanto a nivel académico como social, de esta etapa conservo aún muy buenos recuerdos y mejores amigos repartidos por el mundo. Esta experiencia además, me hizo reafirmarme en la decisión de seguir viajando, recorrer mundo y conocer otras culturas.

Tras volver a España, mientras terminaba la carrera, hice prácticas profesionales en dos estudios, en Granada y en mi ciudad natal, y al mismo tiempo planeaba mi próximo gran destino. Esta vez debía ser algo más lejano, como Asia, un continente que siempre me ha llamado la atención. Y así…

Proyectando arquitectura y viajes, Granada 2011.

Segunda etapa: vivir en un mundo paralelo.

…En 2013 me fui a vivir a Kioto, Japón, la antigua ciudad imperial del país del sol naciente. La primera impresión fue como si estuviera viviendo en un mundo paralelo. Aunque Oriente y Occidente cada vez se van pareciendo más, debido al fenómeno de la globalización, Japón sigue manteniendo un carácter propio, un contraste entre lo antiguo y lo nuevo, la tradición y la contemporaneidad, lo espiritual y lo mundano, la belleza y el caos, la quietud y el bullicio, la cortesía radical y la indiferencia…que es difícil de asimilar en poco tiempo.

Templo en Tokio, 2013.

En el terreno de lo profesional, yo daba por hecho que sabiendo inglés encontraría un trabajo como arquitecta, aunque fuera de prácticas. Pensamiento ingenuo por mi parte, allí nadie habla inglés, o si saben, les da miedo practicarlo. Esto ocurre más aún en Kioto, ciudad con una idiosincrasia muy particular. Mi idea era aprender de la arquitectura en madera japonesa y dado que sin saber japonés iba a ser imposible conseguir mi meta, me puse a estudiar el idioma como si no hubiera un mañana. Resultó gustarme más de lo que yo pensaba, lo artístico de sus trazos me llamaba la atención, y la forma de componer el significado de la palabra te ayuda en cierto modo a comprender mejor su cultura. También estuve impartiendo clases de español para sacar algún dinero, ¡e incluso pude participar en algún anuncio televiso gracias a mi cara de occidental! Las clases de español resultaron ser muy gratificantes, ya que me permitieron conocer a muchos japoneses interesantes. En general, les gusta mucho el español y se les da mejor que el inglés, debido a que la fonética japonesa se parece más a la española que a la inglesa. Al final de mi estancia, terminé teniendo 10 alumnos particulares, de edades muy diversas, e iba esporádicamente a varias academias privadas. Este “arubaito”, trabajo a tiempo parcial en japonés, me dio muchas satisfacciones y me permitió conocer Japón más a fondo.

Cuando conseguí medianamente mantener una conversación en japonés, comencé a hacer entrevistas para estudios de arquitectura. Empecé realizando unas prácticas no remuneradas en un estudio de Kioto, el cual estaba situado en una Machiya. La Machiya es una antigua tipología residencial-comercial en madera, típica de la ciudad de Kioto, y renovada, en este caso para estudio, como es habitual hacer en los últimos años con estas casitas alargadas, profundas y únicas, repartidas por toda la ciudad. Allí pasé 3 meses dónde aprendí todo tipo de habilidades esenciales, como a hacer maquetas con la delicadeza de un cirujano, cómo utilizar la arrocera, y cómo sentarme en el suelo para comer con los compañeros y el jefe y que no me tuvieran que cortar las piernas después.

Construcción de pared tradicional japonesa, Kioto 2014.

Tras este primer encuentro profesional, encontré un estudio especializado en madera donde trabajé como arquitecta. El estilo y el tamaño eran parecidos al anterior, una Machiya céntrica con unos 4 ó 5 arquitectos empleados, trabajando muchas horas como es habitual en Japón, aunque con una flexibilidad inusual.  Aquí aprendí muchas más cosas; el jefe era una persona abierta y con un gran sentido del humor, y se tomó muy en serio la responsabilidad de ensañarme todo lo que pudo sobre arquitectura japonesa. Le resultó interesante y sorprendente mi iniciativa de trabajar como arquitecta en un estudio de japoneses, donde sólo se hablaba japonés, siendo además mujer y extranjera, y por ello quiso poner todo su empeño en enseñarme. Se podría decir que me tomó como su pequeño saltamontes, cosa que siempre le agradeceré.

Saliendo del trabajo, Kioto 2014.

A nivel personal, he de decir que disfruté mucho mi día a día en Kioto. Ir en bici al trabajo, a comprar, a lo largo del río Kamo; la infinidad de tipos de restaurantes que tienen, para los solitarios, para las fiestas, para pedir a través de una máquina, para comer en parrilla… Por no hablar de la variedad de su comida, no todo es arroz y sushi. La atracción y la desconfianza al mismo tiempo por lo extranjero…Fue toda una experiencia que se la recomiendo a todo el que tenga la oportunidad de quedarse allí un tiempo.

Por otra parte, todo esto no hubiera sido posible si no me hubiera acompañado mi pareja, de hecho mi marido desde entonces, ya que nos casamos en la embajada de España en Tokio, aunque esa es una historia para la que necesitaría otro artículo… Gracias a que a él, también español, le concedieron una beca para poder realizar un máster en Química allí, pudimos obtener el visado los dos, lo cual me permitió a mí poder buscar trabajo libremente. Llegados a este punto, me veo en la obligación de avisar a todos los que estén interesados en realizar estudios en Japón, que es incluso más duro estudiar que trabajar allí, ya que el horario del máster era de lunes a sábado, de 9 de la mañana a 11 de la noche, y los domingos solían ir prácticamente todos los demás, la mayoría japoneses. Para ellos es un privilegio poder estudiar en universidades punteras, cuyas pruebas de acceso son muy difíciles y competitivas.

A pesar de todas las dificultades administrativas, el choque cultural y la lucha continua por encontrar trabajo en un país donde consagran su vida a éste, los dos recordamos la experiencia con mucha nostalgia. En las pocas vacaciones que tuvimos, pudimos viajar por el centro y el sur del país, y volveríamos a repetir la experiencia sin dudarlo, aunque por otra parte teníamos claro que no era un destino para quedarnos toda la vida. Por eso nos planteamos el retorno al viejo continente, llegando a nuestra tercera y actual etapa.

Festival en Kioto, 2014.

Tercera etapa: Suiza, confort exigente.

Decidimos volver al mundo occidental para retomar nuestras respectivas carreras profesionales aquí. Elegimos Suiza porque conocíamos como era el mundo laboral de antemano, gracias a amigos que teníamos en el país. Es un país de cuento, con un sinfín de lagos, montañas, rutas de senderismo y una increíble red de transportes, tren, telecabinas, tranvías, barcos… Tanto en invierno como en verano hay actividades que realizar, lo mismo puedes ir a esquiar a la montaña que bañarte en un lago, disfrutar de un cine de verano o pasar el rato en el mercadillo navideño. El clima, tan importante para los españoles, es mejor de lo que uno piensa al principio, aunque dos o tres semanas de intensas nevadas no te las quita nadie en invierno. Además, a nivel práctico, el país es estupendo para realizar pequeñas escapadas a casa, ya que está a dos horas y media en avión del sur de España; así como para visitar a alguno de los muchos amigos caminantes que tengo repartidos por Europa.

Lago de Klöntal, Suiza 2015

Paradójicamente, es un país bastante parecido a Japón, en el sentido de que la tradición y lo contemporáneo están reñidos, al igual que el carácter de la gente, a veces abierto hacia lo extranjero y otras receloso de lo extraño.

Administrativamente, el visado es la primera traba que sortear. Aunque los miembros de la UE lo tenemos algo más fácil que los de otros países, es difícil conseguirlo. En cuanto a la posibilidad de encontrar trabajo, es bastante alta. En Zürich siempre se comenta que es más fácil encontrar trabajo que alojamiento, pero hay que tener en cuenta varios puntos:

En primer lugar, aquí tienen 4 idiomas oficiales, de los cuales el alemán es mayoritario, seguido de cerca por el francés; por ello, hay que pensar muy bien de antemano a que parte de Suiza es conveniente ir. Parece ser que hasta hace unos años sabiendo inglés era fácil que te contrataran; sin embargo, en la actualidad, y particularmente en el mundo de la arquitectura, es requisito indispensable saber alemán.

Yo vivo en Zürich, parte alemana, por lo que el primer año me lo pasé inmersa en el estudio de alemán. A pesar de que al principio encontré trabajo a tiempo parcial en un estudio de arquitectura trabajando en inglés, estaba claro que para poder avanzar en mi carrera me era indispensable aprender el idioma. Es cierto que en España sería raro que alguien contratara a un extranjero si no supiera español, pero aquí se complica la cosa, ya que cada cantón suizo tiene un dialecto del alemán, por lo que es difícil llegar a integrarse en la cultura suiza. Por suerte para los que vivimos en Zürich, “la capital empresarial”, el 40% de sus habitantes son extranjeros, por lo que los nativos son mucho más receptivos a los inmigrantes que en otras partes del país. Se podría decir que Zürich es una isla dentro de Suiza.

Parque vertical, Zürich 2016.

En segundo lugar, el nivel de vida suizo es difícil de mantener si no se dispone de un sueldo suizo acorde. Los precios tanto del alquiler como de la alimentación son muy altos. No es recomendable venir aquí sin un plan o un contrato previo, ya que los ahorros se pueden gastar fácilmente en un par de meses. Pero todo cambia con el ingreso del primer salario…¡qué alegría! Después de meses en Suiza acostumbrado a sus desorbitados precios, viajar a cualquier otra parte de Europa es un gustazo, todo parece más barato; es un contraste increíble, y aunque la vida en Suiza es muy cara, el ahorro es muy superior al de cualquier otro país.

Laboralmente, es un país muy especializado, hay infinidad de oficios, lo cual favorece que no haya casi paro. El sistema educativo y electoral es muy competente, aunque eso está favorecido por ser un país tan pequeño.

Aparte de este pequeño análisis político-económico que he realizado, con sus luces y sombras, me encuentro cómoda viviendo en Suiza. Trabajo desde hace un año y medio en un pequeño estudio donde realizo mi labor de arquitecta de la A a la Z; es decir, desde el primer estudio urbano y de viabilidad del proyecto, pasando por el diseño, la fase de ejecución y el control de obra hasta la entrega de la construcción. El contacto diario con diferentes tipos de especialistas de la edificación expande las labores de coordinación y el conocimiento en las diferentes áreas y, además, sigo trabajando a menudo con construcción en madera, que es lo que profesionalmente me llevó a Japón.

Próxima parada 

Japón y Suiza han enriquecido mucho mi camino, el primero se puede decir que fue una aventura; el segundo, la búsqueda de la estabilidad. Sin embargo, con el paso de los años, supongo que cuando uno deja los veintitantos atrás, se empiezan a echar en falta cosas como un tinto de verano en una terraza, una paella familiar los domingos, poder contestar al teléfono de la oficina en español, las típicas bromas tontas de tus amigos, que en verano haga mucho calor, la sobremesa…Son pequeñas cosas que forman parte de la cultura particular de cada uno y que en todos los países existen las propias, es lo que nos hace únicos y atractivos para los demás.

El camino te hace reflexionar: ¿he llegado a un destino cómodo? ¿Me atrae seguir explorando? ¿quiero enriquecer mi punto de partida con lo que he ido aprendido en otros lugares?… En realidad, todo tiene sus pros y sus contras; no sabemos lo que el futuro nos deparará, lo importante es poder vivirlo.

Desde mi experiencia animo a todo el mundo a que salga y que aprenda de otras culturas. A veces no es fácil, no son unas vacaciones continuas sino un reto, tanto profesional como personal. El camino no sólo nos enseña a valorar otras culturas, sino la propia también. Al mirar atrás y observar lo recorrido, merece la pena. Por todo ello, sólo me queda decir: ¡Camina ahora y camina siempre!

Arashiyama, Kioto 2013.

 

 

Carmen Fuentes Ruiz

Carmen Fuentes Ruiz es Arquitecta por la Universidad de Granada.

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