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Ingeniando por el Mundo; una vida de aventuras que me ha llevado hasta las Montañas Nicaragüenses (Parte 1/2)

‘Podemos hacerlo, pero solo si corregimos los errores del pasado, cambiamos el curso y mantenemos en mente los verdaderos objetivos desde los que debemos empeñarnos’.
Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001. Saliendo de la crisis.

La primera vez que decidí trasladarme al extranjero fue hace ya más de diez años cuando obtuve una beca Erasmus para realizar mi Proyecto Fin de Carrera (PFC) en Ingeniería Química en la Universidad de Gante, Bélgica. Un año lleno de increíbles experiencias: estudiar y vivir en otra cultura, nuevas amistades de diferentes partes del mundo, memorables viajes descubriendo Europa, innumerables fiestas y festivales. Vivir en otro país y aprender otro idioma, sin duda, te abre la mente de una manera que ninguna otra experiencia puede hacerlo. Definitivamente, ese año me cambió a mí y cambió el rumbo de mi vida.

Graslei, Gante, Belgium.

Desde entonces y hasta el día de hoy he vivido en tres continentes, seis países, unas diez ciudades, viajado todo lo que he podido y desarrollado una obsesión compulsiva por recorrer el mundo que me ha llevado hasta la situación en la que vivo actualmente, con la casa a cuestas, o literalmente, con la mochila a la espalda.

Después de mi año de aventuras belgas lo único que tenía claro es que aún no quería volver a España. Quería conocer más mundo, pero no el típico viaje de unas semanas, eso ya no era suficiente, así que decidí mudarme a Irlanda con el principal objetivo de mejorar mi nivel de inglés. Dado que este aún no era muy elevado guarde mi título de Ingeniería en un cajón y cogí la bandeja para servir mesas. Los primeros meses fueron excitantes, tengo que admitir que soy adicta a los principios, pero la ciudad de los U2 se me quedó pequeña demasiado rápido. El continuo gris del cielo sobre el Río Liffey no ayudó tampoco a retener a una chica nacida y criada en la ciudad donde el sol pasa el invierno, Almería.

Playa de Los Escullos, Cabo de Gata, Almería.

Tras ocho meses viviendo en Dublín decidí terminar mi aventura Irlandesa y volver a orillas del Mediterráneo. Me matriculé de mi segunda carrera, Ingeniería Técnica Industrial, y encontré un trabajo en un Laboratorio de Control de Calidad. Siempre tuve claro que quería enfocar mi carrera en temas medioambientales, sin embargo, en pleno estallido de la crisis mundial, año 2008, las posibilidades de elegir escaseaban y el hecho de conseguir un trabajo, aunque solo fuera temporal, ya se consideraba toda una proeza.

Después de una temporada disfrutando de familia y amigos, el sol y las tapas, la necesidad de aventura me llamaba otra vez, y gracias a una beca Leonardo Da Vinci para realizar prácticas profesionales en empresas en el extranjero ya estaba, una vez más, haciendo las maletas y embarcando en un avión hacia a la ciudad del Fado. Esta vez las cosas iban tomando mejor dirección, el trabajo era en una consultora de Energía y Medio Ambiente, investigando y desarrollando modelos de eficiencia energética, y ya había empezado mi segundo PFC, ‘Diseño de una planta de reciclado y tratamiento de residuos’. Más allá, Lisboa me enamoró desde el primer segundo en que aterricé en la ciudad donde desemboca el Rio Tejo; la gente, el idioma, las playas, el surf, la comida, la belleza e historia de sus calles. Sin embargo, tras seis meses mi beca terminó y la situación portuguesa no era mucho mejor que la española sino peor. Sin posibilidades de seguir en la empresa lo más sensato era volver a España, acabar el proyecto y tratar de encontrar un trabajo más estable.  Dicho y hecho, un par de intensos meses después entregué mi PFC, calificado con un Sobresaliente por la Universidad Politécnica de Linares, aunque aún no había tenido tanta suerte en el ámbito laboral.

Con una tasa de desempleo del 20%, 4.7 millones de parados, España capitaneaba la tasa de paro juvenil en Europa alcanzando cotas del 42% según datos publicados en su día por Eurostat. Escasas ofertas e infinita competencia, esa era la realidad del mercado laboral español en 2010. Ante tal panorama parecía que nada era suficiente incluso para optar a una beca de condiciones casi denunciables, había que ir a por más y al menos tenía claro lo que quería. Entonces decidí estudiar un Máster en Medio Ambiente y Energías Renovables. También estudié cursos de todo tipo, cualquier cosa para mejorar mi currículum, desde Comercio Exterior hasta Cooperación Internacional para el Desarrollo, un sector que llevaba ya unos años en mi cabeza y que más me iba interesando cuanto más indagaba en los problemas causados por el Cambio Climático y la injusticia social. Ese año discurrió entre mañanas de Máster, tardes de envió de CV’s y noches  de incertidumbre con Bob Marley on repeat diciéndome que ‘Every Little thing was gonna be alright’. No existe trabajo más estresante que el de buscar trabajo, y este se puede convertir en traumático si durante tus primeros años de búsqueda te enfrentas a una crisis económica que no crea empleos sino que los destruye a una velocidad sin precedentes y que ni siquiera te concede la oportunidad de aspirar a una oportunidad. Desafortunada o afortunadamente, los días pasaban y a pesar de todos mis esfuerzos los emails y las llamadas no llegaban; hasta que un día finalicé el Máster y lo tuve claro, era hora de hacer las maletas de nuevo, el destino me repetía una y otra vez que mi sitio no estaba en España.

En 2011 puse rumbo a la Gran Bretaña y aterricé en una ciudad al este del país llamada Norwich, en la región de East Anglia. Anteriormente mencioné que siempre me han encantado los comienzos pero esta vez la situación no era tan excitante. Con la moral inevitablemente baja, en un mercado laboral completamente desconocido y ante la necesidad de conseguir ingresos, con dos títulos de Ingeniería y un Máster a mis espaldas, volví a coger la bandeja para ganar mis primeras libras. Pronto conseguí un trabajo a media jornada como ayudante de un ingeniero por la mañanas, seguía en el pub por las noches y a mandar CV’s por las tardes. Algunos meses, llamadas y entrevistas después llegó mi gran oportunidad. Un puesto como ‘Logistic, Production & Quality Manager’ de una empresa española de ingeniería de compuestos me llevó hacia el sur del país, a una pequeña ciudad en el condado de Hampshire muy cerca de la capital Londinense. Por fin me demostré a mí misma que no era yo la que fallaba sino un país sumido en la peor gestión y mayor corrupción de la historia de la democracia española.

El trabajo no era exactamente en el área medioambiental pero uno de mis principales encargos fue gestionar un proyecto piloto para un gigante mundial de la eólica, todo un sueño hecho realidad. Por otro lado, el sector me gustó bastante, teníamos proyectos tan interesantes como diseño de piezas de una famosa  marca de coches de lujo o barcos para una gran compañía de yates. Aprendí y absorbí todo lo que pude, crecí a pasos agigantados en mi carrera profesional, aunque no fue fácil; era la única ingeniera en la planta, no recibí ningún tipo de formación, simplemente instrucciones recibidas desde España, mucha responsabilidad y muy poca ayuda, sábados y domingos en la oficina, escasas vacaciones para ir a España e incluso vuelos de vuelta que coger el día 1 de Enero sin poder digerir las doce uvas, y bueno, el salario tampoco compensaba tantos sacrificios. Para bien o para mal nunca he sabido conformarme, la balanza se inclinó y de nuevo era hora de pasar página.

Un año después conseguí un trabajo en el Departamento de Medioambiente, PRL y Calidad en una multinacional alemana de procesamiento de polímeros. No era exactamente lo que buscaba pero tuve una gran impresión durante la entrevista, me gustó mucho la ciudad y sí, me hicieron una oferta que me fue imposible rechazar, así que subí las maletas al coche y tras unas cuatro horas conduciendo hacia el norte de Inglaterra llegué a la ciudad de los Artic Monkeys, Sheffield ‘The Steel City’. Y por un tiempo, y para variar, llegó la estabilidad. Trabajar en una empresa líder en su sector de tecnología alemana con derechos laborales ingleses era un mundo nuevo para mí; como hacer las cosas y hacerlas bien, con tranquilidad, con todos los recursos que consideres necesarios, materiales y humanos, trabajando con un equipo de expertos en su campo, continuas formaciones y viajes, sin horas extras, facilidades para ir España y donde me daban las gracias por mi trabajo cada cinco minutos, y todo eso viniendo de una empresa luchando por sobrevivir a la crisis española donde no se daba un paso sin recibir quejas de casi todos los departamentos. En mi cabeza sólo sonaba una canción ‘Dog days are over, Florence + the Machine’.

Sheffield city center, UK. Foto credit: Joan Vallespí Salvadó, www.joansvs.com

Aprendí mucho en este trabajo y disfrute muchísimo mis tres años en Sheffield, la tranquilidad laboral, las nuevas amistades, la ciudad, la campiña inglesa, mi preciosa casa, los viajes, las fiestas y los festivales. Sin embargo, sólo era otra etapa en mi vida, un paso más hacia a mis verdaderos planes.

La historia de Carolina continuará la semana que viene con la Parte 2/2….

Carolina Fernández

Carolina Fernández es Ingeniera Química por la Universidad de Almería. Ingeniera Técnico Industrial por la Universidad de Jaén y Máster en Medio Ambiente y Energías Renovables por la EUDE Business School.

2 comentarios

Responder a Roberto Ballester Cancelar

  • Gracias Carolina!; dentro de unas horas estoy por recoger a mi hijo, quién está postulando a la universidad y leeremos juntos tu post; que mejor que un ejemplo de vida como el tuyo para que sea consciente de que la realidad esta dura en todas partes, y que solo depende de él, de su esfuerzo y entusiasmo, labrar su camino ya sea en casa o lejos de ella….mucha suerte y que este 2017 este repleto de éxitos!!