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Ser feliz en el país de la lluvia

Es raro lo que voy a decir, pero doy gracias a la crisis del 2008. Doy gracias porque una decisión tan difícil como cambiar de país, de cultura, de idioma, de costumbres se convirtió en la decisión más fácil de mi vida.

En 2008 yo estaba en primero de Arquitectura Técnica, pero aunque hubiese sabido lo que se venía encima, no hubiese cambiado de carrera por nada del mundo, que desde pequeña tuviese una obsesión con hacer casitas en los árboles no era casualidad.

En mi último año de carrera, como todo estudiante con ganas de ver mundo, me apunté a hacer el Erasmus. Pero al contrario que la mayoría de estudiantes, yo elegí el norte, y ni más ni menos que Dinamarca! Todavía hoy me pregunto qué me llevó a tal decisión.

A pesar del frío, de las cervezas a 6 euros y de no ver el sol en meses, el Erasmus fue una de las mejores experiencias de mi vida. Aprendí a cocinar empanadillas chinas, a decir palabrotas en lituano y a no ponerle nata a los espaguetis carbonara.

Tras el Erasmus y tras haber aprobado (por fin) Construcción 5, me quedé en Dinamarca estudiando Ingeniería Civil, ya que me convalidaban 2 años de Arquitectura Técnica y esa oportunidad tenía que cogerla. Además aproveché para estudiar estructuras y diseño de aeropuertos que siempre me llamó la atención.

Al acabar la carrera en Dinamarca, yo tenía los niveles de Vitamina D por los suelos y necesitaba sol en vena, de forma que me planté en mi querida Valencia soleada con toda la ilusión del mundo y con dos carreras a mis espaldas.

Tal vez, plantarse en pleno 2014 sin experiencia laboral y en un país con el paro por las nubes no era la mejor decisión, pero yo estaba dispuesta a trabajar de gratis, hacer 10 horas diarias o llevar café al jefe con tal de empezar a hacer currículum.

Nada de eso sirvió, el país estaba peor de lo que había imaginado y tras múltiples intentos de intentar conseguir una entrevista desistí y al quinto mes envié mi primer currículum a una empresa inglesa.

A los 3 días me llamaron solicitándome una entrevista, no me lo podía creer. Después de 5 meses, esa llamada me devolvió la esperanza, al menos a alguien le había llamado la atención mi perfil.

Compré un vuelo sin pensarlo dos veces y me planté en un pueblecito de Kent ante un señor inglés, alto y serio, de los que se ponen rojos de estar un minuto al sol.

La entrevista no duró ni 30 minutos, me preguntó que si sabía calcular combinaciones de carga y poco más, el resto fue una charla sobre la diferencia del tiempo en España y en Inglaterra, muy inglés todo.

Al mes ya estaba en Londres, compartiendo piso con otras 3 personas, sin un céntimo en mi cuenta y con todos los nervios de trabajar en un país en el que no sabía si mi perfil encajaría laboralmente.

Hoy puedo decir que hice bien, la empresa se volcó en mi formación y cuando cobré mi primer sueldo recuerdo haberme sentido mal por no ser lo productiva que quería. Venía con el síndrome del español.

Mi jefe puso toda su confianza en mí, me dejó ir a obra sola a los 2 meses, me apuntaba a todos los cursos que quisiera y me acompañaba a las reuniones cuando necesitaba apoyo moral. Yo estaba que no me lo creía, pensaba que me había tocado la lotería. Más tarde aprendí que no era cosa de mi empresa, en este país era normal invertir en los recién graduados.

Al año había aprendido tanto que pude cambiar de empresa para seguir creciendo. Me cambié a la empresa en la que trabajo actualmente, dónde seguí creciendo y aprendiendo.

Llevo 5 años viviendo en Londres, allí he conocido a mi novio y he hecho muchos amigos, entre ellos, arquitectos e ingenieros españoles con historias muy parecidas a la mía. De hecho, somos tantos que hemos creado una red de contactos en la que todos nos ayudamos mutuamente, y cada año celebramos la comida de verano y de Navidad.

Ahora me encuentro viajando por Sudamérica con una excedencia. Jamás me hubiese imaginado poder realizar el sueño de mi vida sin perder mi trabajo, cada día que pasa me sorprende más las condiciones de trabajo en este país.

Algún día volveré a España, porque es mi tierra, y todos las personas que quiero están allí, pero no puedo evitar sentir miedo de volver. Hasta ahora siempre me he levantado con una sonrisa cuando voy al trabajo y no quiero que eso cambie nunca.

Alba Perez Asensio

Alba Perez Asensio es Ingeniera de Edificación por la Universitat Politècnica de València (UPV).

2 comentarios

Responder a Sandra Moya Cancelar

  • Es un relato sincero como la vida misma. Tu experiencia puede ayudar a mucha gente a saber que los riesgos a veces son necesarios para encontrarse a uno mismo y proyectar un futuro.
    De los cobardes nunca se habló.