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Última llamada vuelo con destino a Chicago

Mi nombre es Esther Rodríguez Piedracoba y quiero contar el relato de como, tras dos años en Chicago, he ido llenando un equipaje de vivencias personales y profesionales que espero que, llegado el día, cuando decida facturarlo con destino a España, me haga pensar, “va lleno, mereció la pena”.

Quizá mis comienzos sean un poco diferentes a los de mis compañeros de carrera que, a lo largo de los años, han realizado el mismo programa en el que me embarqué en el año 2017.

En mi caso, yo no quería ir a Chicago. Hacía balance de ganancias y pérdidas y no veía el beneficio.

Profesores y familia me impulsaban alegando que era una oportunidad única y que, como suele decirse, este tren no pasa dos veces. No podía rechazarla.

Aún así, seguía sin entender cuál era el factor diferencial, el valor añadido de estudiar segundo de máster en Chicago en comparación con los que se quedaban en España. Esta es la eterna pregunta que, a veces ronda todavía en mi cabeza y que despejo inmediatamente al ver la experiencia de mis predecesores que, estoy segura, voy a comprobar en un futuro.

Aquí la Universidad es bastante diferente a lo que estaba acostumbrada, en palabras que todos entendemos, nos lo daban todo bien mascado. Por primera vez, en años, me sobraba el tiempo. Al principio mis amigos y yo nos dedicamos a patear y descubrir Chicago, su increíble arquitectura, sus bares, el lago, las particularidades de la gente americana y del resto del mundo…pero ni la economía de un estudiante, ni el clima polar hacen este tipo de vida sostenible más de tres meses al año.

Había que pensar en algo más, necesitaba hacer mi tiempo en USA más productivo, así que, desde y con la supervisión del Departamento de Ingeniería Civil de la Universidad me involucré en un proyecto de ingeniería sobre el diseño de una construcción Net Zero y respondí a un email en el que se buscaba Teacher Assistant.

Creo que está en la naturaleza del estudiante de ingeniería meternos en laberintos, en situaciones que nos suponen un esfuerzo y un reto.

La verdad es que ni sabía por donde coger aquel proyecto, ni cómo resolver las dudas que me planteaban los alumnos, llegando incluso a tener que estudiar para poder corregir sus deberes. Con todo, fueron meses interesantes y divertidos en los que empecé a formar la base de mi maleta, aprendiendo sobre una materia y un lenguaje de programación que desconocía, colaborando con estudiantes de otras ingenierías y arquitectura y, al final, con un resultado emocionante, nuestro proyecto Net Zero fue seleccionado para participar en un concurso del Departamento de Energía de USA y obtuvimos el segundo puesto.

Entre unas cosas y otras el tiempo transcurría volando y nos graduamos a los pocos meses.

Una vez entregado el proyecto de fin de máster, comenzaba el tiempo de descuento. Si quería quedarme en USA, tendría que conseguir un trabajo en un plazo razonable, idea que me resultaba muy apetecible.

Por suerte, por casualidad, porque mis estudios y trabajos previos empezaban a valorarse o por una mezcla de todo ello, lo cierto es que en muy poco tiempo tuve una oferta de la empresa donde quería trabajar.

Me acuerdo perfectamente, disfrutaba de mis semanas de «nini» en una terraza con vistas a la famosa Bean cuando recibí aquella llamada que iba a prorrogar mi estancia fuera de España.

Lo siento familia, lo de volver a casa en un año lo voy a retrasar, no puedo rechazar esta oportunidad, espero que lo entendáis.

Y así fue como empecé a trabajar en el campo de la eficiencia energética en una consultora, en la cual continúo, para una de las grandes Eléctricas de USA.

Desde ese momento, no han pasado ni dos años laborales y mi maleta no ha hecho más que llenarse. A veces me pregunto si todo lo que he aprendido, en un tiempo casi récord, lo aprendería igualmente en España.

Empecé como Project Coordinator, supervisando a un número entre cuatro y once empresas contratistas que llevan a cabo proyectos para este programa.

Al inicio, hice mucho trabajo de campo que me obligaba a desplazarme y contactar con un Chicago que nada tenía que ver con el que conocía hasta entonces. Pequeños pueblos de las afueras, barrios de la ciudad con un índice de peligrosidad que da a las zonas el nombre de Chirak, comercios absolutamente blindados o millas de campo con alguna granja de vez en cuando, en fin, toda una experiencia.

A medida que fui entendiendo el Programa y las relaciones con el cliente, mi trabajo se incrementó y también mis responsabilidades aumentaron. A día de hoy, lidero la logística de una de las áreas del Programa y realizo funciones enfocadas a la estrategia del mismo.

Me estoy acostumbrando a trabajar en un entorno con una sistemática en la que todo el mundo tiene voz y voto y donde se recompensa el esfuerzo, el trabajo bien hecho y los resultados. La puerta de mis managers está siempre abierta para escuchar y guiar, para incentivarme y alentarme a que desarrolle todos aquellos proyectos en los que yo creo y ellos también, consiguiendo, de esta manera que crezca y me desarrolle profesionalmente.

Pero no todo iba a ser trabajar. Tengo un grupo de amigos que se ha convertido en mi familia de Chicago. Ellos hacen que mi estancia aquí tenga por momentos sabor español, que tenga con quien compartir lo bueno y lo malo y que incluso este tremendo y largo invierno de 9 meses se haga hasta divertido. Nos sentimos afortunados por habernos quedado, por habernos conocido e intentaremos exprimir hasta el máximo nuestra estancia aquí, llena de risas, de penas, de viajes y de miles de anécdotas e historias.

Todos nosotros descubrimos que Chicago tiene una escena musical incomparable. Blues, jazz o canciones de toda la vida tocadas en piano en directo y cantadas por todos.

En mi caso, la música me descubrió un Chicago diferente. Tras un verano increíble e inolvidable recorriendo la costa de California, me involucré como voluntaria en una asociación de música, Sofar Sounds. En septiembre de 2018 presenté por primera vez un concierto con unas cien personas de público que he de reconocer, en principio, me producían un cierto respeto y nerviosismo que enseguida superé al comprobar que a mi espalda se reflejaba una magnifica puesta de sol sobre Chicago que seguro sería motivo suficiente para que los asistentes perdonaran mis fallos de principiante. Más recuerdos, más vivencias y experiencias. Intuyo que voy a necesitar ayuda para cerrar la cremallera de la maleta.

Y termino este relato un 6 de enero. Se me cae alguna lágrima en el vuelo Madrid-Chicago. Son las terceras navidades que viajo a España para estar con mi familia y amigos, con ese amor incondicional que desea con fuerza que vuelva a casa.

Para mi comienza un nuevo año, llevo una maleta vacía y ganas de seguir llenándola con las experiencias que vayan surgiendo día a día. 

En esta ocasión hago planes para volver a España en un futuro y sueño con poder llevar a cabo nuevas experiencias personales y profesionales que estoy segura supondrán una o varias maletas más de este equipaje que voy a ir formando y que me va acompañar a lo largo de mi vida.

Esther Rodríguez Piedracoba

Esther Rodríguez es Ingeniera Industrial por la Universidad Politécnica de Madrid.

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