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Mi experiencia en el país de los fiordos.

Todavía recuerdo el día en el que me tocaba decidir dónde iba a irme de Erasmus. La verdad es que no lo tenía muy claro, pero sabía que contaba con la ventaja de hablar de inglés. Noruega era mi tercera opción, detrás de Holanda y Bruselas. Había estado participando durante tres veranos en unos talleres de urbanismo, primero en Noruega, luego en Turquía y finalmente en España.

De ahí mi interés por Noruega, ya que durante esos talleres pude conocer bastante gente, no sólo estudiantes, sino también profesorado. El día que salieron las listas de erasmus, me tocó Noruega. No era mi primera opción, pero aun así estaba contenta. Recuerdo como si fuera ahora mismo estar rellenando los papeles y recibir una llamada del departamento de relaciones internacionales donde me decían que la persona que iba a Bruselas acababa de rechazar, por tanto, me tocaba a mí.

Llamé a mis padres, no suelo tomar decisiones importantes sin consultarles, y todos pensamos que, si me había tocado Noruega en primer lugar, era una señal. Acepté el destino y varios meses después me hacia las maletas y aterrizaba en Stavanger, la que hoy es mi ciudad desde los últimos 8 años.

El erasmus fue el inicio de mi experiencia, pero la verdad que fue como vivir en una burbuja. Siempre me acordaré de una frase que me dijeron unos compañeros franceses: al final no era el destino, sino la compañía. Tuve la suerte de encontrar un grupo magnífico de compañeros, no solo aquellos que estudiaban conmigo o vivieron conmigo ese año, sino todo el grupo de estudiantes internacionales que coincidimos en el 2011 en Stavanger.

Mientras disfrutaba de ese año, exploraba un poco Noruega y pensaba en el momento de volver, las cosas empezaron a ponerse feas en el campo de la arquitectura y urbanismo, y más concretamente en Valencia, de dónde yo soy (Sagunto, concretamente). Mientras estudiaba arquitectura en España, pensaba que acabaría trabajando para mi padre, puesto que él tenía un despacho de ingeniería y colaboraba con proyectos arquitectónicos. La verdad es que nunca me llegué a preocupar mucho de qué haría cuando terminase la carrera, qué suerte la mía, y cómo cambió todo.

Mientras se acercaba el momento de volver de Noruega, la situación apuntaba maneras en Valencia. Un día comentando con mis padres, se planteó la opción de acabar la carrera, en ese momento el PFC, aquí en Noruega. La verdad que no me lo pensé, me imaginé poder extender mi experiencia un año más y encima pudiendo acabar la carrera aquí. Me puse en contacto con varias personas de la ETSAV, UPV, donde yo estudiaba. Conseguí un tutor que me apoyara en la decisión de acabar la carrera en el extranjero, y un año más tarde tenía el título de arquitecta en mis manos.

En ese momento ya llevaba dos años en Noruega, aunque he de decir que pensar que el segundo año sería una prolongación del primero, fue un error. Una vez todos mis compañeros se fueron, la imagen de mi experiencia cambió. Ya no me sentía de erasmus, no sentía esa burbuja aislada. Ya empezaba a formar parte del mundo noruego, y, por tanto, con la necesidad de entender su cultura y su idioma.

Esto que aquí puedo decir en unas frases, todavía me sigue costando. No tanto el idioma, eso es algo que pude aprender relativamente rápido, pero la cultura… somos muy diferentes, o al menos yo me considero muy diferente.

El haber sido alumna en la UiS, Universidad de Stavanger, me dio los primeros contactos en el mundo laboral. Uno de los profesores, y hoy en día una de las personas que más me ha ayudado a conocer este país, me brindó la oportunidad de empezar a colaborar en un despacho de arquitectura y urbanismo. Dos señores noruegos, entorno a los 70 años (sí, aquí en Noruega el sistema de jubilación es diferente) se convirtieron en mis nuevos compañeros de trabajo. Aprendí no solo a trabajar con la madera, material por excelencia de la construcción nórdica, sino a entender a los noruegos. Con ellos practiqué el idioma y aprendí muchísimo de su cultura, sus costumbres y sus tradiciones (supongo que, si ellos pudiesen escribir aquí, también dirían que han aprendido mucho de lo español).

Skudeneshavn, un pueblecito al sur de Noruega. Atracción turística por su encanto.

Estuve varios años trabajando con ellos, y en general, viviendo Stavanger y Noruega de forma diferente. Todavía era una experiencia que estaba empezando, y todo cambiaba súper rápido a mi alrededor.

Dos años después, me contactaron desde la misma universidad en la que estudié durante el erasmus. Estaban buscando a alguna alumna que pudiera ayudarles, a modo de asistente: corrigiendo exámenes, preparando presentaciones… No lo dudé, me encanta dar clases y todo lo que tenga que ver con Academia. Unas semanas después ya estaba compaginando mi trabajo en el despacho con la universidad. Así pasé casi un semestre, hasta que después de verano del 2015 me ofrecieron un porcentaje mayor en la universidad, y por tanto tuve que reducir mi tiempo en el despacho.

Este es mi segundo lugar de trabajo, ya que en verano trabajo como guía turística en excursiones a los fiordos.

En la universidad creo que fue un aprendizaje en viceversa. Yo llegaba con muchísimas ganas de aprender de otros profesores, pero también con ganas de aportar el sistema educativo con el que yo había aprendido arquitectura y urbanismo en mi universidad de Valencia. La experiencia fue magnífica y la mayoría de comentarios sobre los estudiantes me hicieron sentir que había encontrado mi vocación. Empecé a tener más responsabilidades y a dar clases más a menudo. Además de ser tutora de estudiantes en nivel Bachelor y Master– algunas clases las daba ya en noruego, aunque admito que me siento más cómoda en inglés.

Así pasó un año, hasta que en 2016 publicaron una plaza de doctorado, PhD, aquí en la UiS, Stavanger. Tras un proceso de casi ocho meses, y con alguna sorpresa un poco desagradable, finalmente me lo dieron. Así que todavía hoy, sigo con este doctorado. Dos años y medio después, con fecha límite septiembre 2019.

Investigo sobre la calidad de vida de los inmigrantes, aquí en Noruega, en base a sus condiciones residenciales, es decir, desde un punto de vista urbanístico, y social en menor medida. Disfruto con lo que estoy haciendo, con el tema investigación y con lo identificada que me siento. He tenido la suerte de participar paralelamente en muchos otros proyectos, el último de ellos en un programa de televisión nacional donde los concursantes éramos todos estudiantes de doctorado y presentábamos nuestros proyectos (¡una experiencia única donde además conseguir llegar a la final!).

En el programa de TV, cuando me dijeron que
pasaba a la final Nacional.

Ahora mismo el tiempo corre en mi contra, septiembre 2019 es la fecha donde termino académicamente aquí, y surgirán todas las dudas sobre qué voy a hacer después, y lo más importante: dónde. Noruega me abrió las puertas de par en par en todos los aspectos, pero la sensación de haberse ido de casa todavía la arrastro, y los últimos años, pesa considerablemente más si cabe. Quizás sea el momento de volver a España, y ojalá pudiera trabajar de aquello que me gusta, pero al final, y después de tantos años fuera, uno se da cuenta de que, en la balanza de la felicidad, el trabajo es solo un granito, y hay que saber mantenerla aportando otros granitos más.

Ana Llopis Alvarez

Ana Llopis es Arquitecta por la Universitat Politècnica de València (UPV).

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