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De un Erasmus a los puentes de la Autobahn

Una pregunta que suelen hacerme mis compañeros de trabajo es “¿Qué tienes pensado hacer a largo plazo? ¿Vuelves a España? ¿Te ves viviendo aquí?”. Y la verdad es que, a día de hoy, sigo sin saber qué responder. Porque en mi caso, lo que iba a ser una estancia de 10 meses se ha convertido en casi 5 años viviendo en Alemania que me han enseñado que cualquier plan es susceptible de cambiar. Me llamo Raquel, tengo 25 años y soy ingeniera civil especialista en estructuras.

Inspección de un puente

Todo empezó con una beca Erasmus para la RWTH Aachen (o Universidad Técnica de Aquisgrán). Tenía claro desde siempre que quería vivir por lo menos un tiempo en el extranjero, aprender otro idioma y sobre todo ver qué hay y cómo funcionan las cosas en otras partes. Elegí Aachen por tres motivos: La universidad, la posibilidad de aprender alemán y su ubicación, en el trifinio de Alemania, los Países Bajos y Bélgica.

Al terminar el Erasmus estaba convencida de que quería seguir estudiando el Máster allí. La posibilidad de elegir qué asignaturas cursar, la forma de dar clase y poder organizar mi tiempo libremente trabajando a tiempo parcial (además la matricula gratuita, un punto importante) fueron factores decisivos. Aquí empezaba la verdadera aventura: Tenía que conseguir matricularme como cualquier otro estudiante regular, mudarme, buscar un trabajo que pudiera compaginar, solicitar una beca y hacer nuevos amigos fuera del círculo de los Erasmus que van y vienen todos los años.

Mi primer invierno en Alemania

Mi primer objetivo fue buscar unas prácticas mientras organizaba el resto. Al principio tenía algo de miedo de no encontrar nada porque todavía no dominaba el idioma, pero tras varios intentos tuve la suerte de empezar a trabajar en una ingeniería pequeñita nada más terminar el Grado, con la posibilidad de seguir trabajando un par de horas a la semana cuando empezara a estudiar otra vez. El hecho de que fuera una empresa pequeña me vino muy bien para forzarme a practicar alemán y aprender mucho más rápido, ya que no se suele hablar inglés.

Mientras tanto, ya superada la burocracia inicial y el proceso de solicitud, y al saber que me habían admitido para empezar ese mismo curso, necesitaba acreditar un C1 de alemán en los siguientes 6 meses para poder matricularme en el segundo semestre de ese mismo año. Dicho y hecho, con mucho esfuerzo (y no pocas dudas) conseguí mi título en diciembre y estaba lista para empezar a estudiar en abril. El hecho de haber trabajado ya 6 meses y seguir haciéndolo a tiempo parcial me dio la posibilidad de solicitar la beca general que se les concede a los estudiantes alemanes, el BAföG. Del papeleo que me costó mejor hablar en otra ocasión, pero mereció mucho la pena porque (junto con mi trabajo de 10 horas a la semana) me permitía financiar totalmente mis estudios.

En Bremen, durante un viaje en tren por toda Alemania al terminar el Erasmus

Llegados a este punto era una estudiante de 23 años, totalmente independiente de mis padres, bastante adaptada a la vida en Alemania (¡ya entonces incluso comía a las 12 algunos días!), con amigos que había conocido en la universidad, un novio alemán y un contrato de alquiler indefinido (y bastante barato) a mi nombre. Tenía el tiempo libre que me faltaba estudiando en España para hacer casi todos los días algo con amigos, jugar al Rugby (¡llegamos a jugar Bundesliga!) e ir en bici a Holanda a hacer la compra los domingos cuando en Alemania todo está cerrado. La idea de buscar mi primer trabajo en España la veía cada vez más lejana.

Sin haber terminado el Máster, cuando todavía ni siquiera estaba pensando en qué hacer después, surgió la posibilidad de empezar a trabajar en el departamento de puentes de la dirección de carreteras de NRW. Me pareció genial tener la oportunidad de probar diferentes ramas de la ingeniería civil nada más terminar de estudiar: Redacción de proyectos, dirección de obra e inspección y mantenimiento de puentes.

Compaginar los últimos exámenes y el TFM con un trabajo a tiempo completo ya con cierta responsabilidad fue muy duro, pero ahora puedo decir que el esfuerzo mereció la pena. He aprendido muchísimo, no solo en el ámbito técnico sino también a adaptarme, a desarrollarme profesionalmente en un idioma que no es el mío, a tratar con gente de diferentes sectores a diario y en general, a resolver problemas de una forma que no se aprende en un aula.

Un día en la oficina

Un año después de aceptar la oferta estoy encantada, no solo con el trabajo sino también con la posibilidad de seguir viviendo en una ciudad de estudiantes donde siempre hay un montón de cosas que hacer en un ambiente internacional. Mi consejo es que merece la pena probar suerte sin miedo. Y si por lo que sea no funciona, siempre estamos a tiempo de volver con la experiencia y todo lo aprendido por el camino.

Raquel Valles Gómez

Raquel Valles es Ingeniera Civil por la Universidad de Cantabria.

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