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Ingeniería de Caminos, CC. y PP. y finanzas

Hola, mi nombre es Enrique Ballesta, estudié un master en finanzas cuantitativas y otro en finanzas corporativas, doctorando en economía, gestiono un patrimonio superior a los 11.000 millones de euros en una multinacional financiera, lidero un equipo de finanzas y análisis cuantitativo para Iberoamérica, y soy Ingeniero de Caminos, CC. y PP.

Inicié mis estudios en la Escuela de Granada en la promoción de 2001, último año del plan antiguo de asignaturas anuales. En estos primeros años del nuevo milenio, los alumnos hablaban en los pasillos sobre los grandes hitos de la ingeniería civil española en todo el planeta y sobre cuáles serían los proyectos en los que les gustaría participar de todos aquellos que se estaban desarrollando en España: puentes singulares, nuevas autopistas, alta velocidad, …

Yo era otro más de esos alumnos que soñaban con grandes proyectos y que con un CV modesto conseguía alguna beca mientras estudiaba la carrera. En mi caso personal, estas experiencias, más que una experiencia laboral, fueron una ayuda a mantener la ilusión por terminar la carrera. Así era la vida del ingeniero “normal”, residir en España saltando de proyecto en proyecto, y pudiendo elegir con cierta comodidad donde se quería residir y en qué área deseabas especializarte.

Así hasta que el plan nuevo terminó pillándome entre 3º y 4º. Las alternativas estaban claras: abandonar la carrera, terminar la ingeniería técnica o la ingeniería superior. Me encontré así ante la decisión más importante de mi vida, en la que tomé la decisión más difícil de todas, terminar la ingeniería superior en Madrid. El proyecto de convalidación de estudios de una escuela a otra, intentando atesorar y defender cada uno de los créditos que tanto había sufrido para conseguir, seguramente sea el aprendizaje no académico más valioso que guardo de mi paso por Caminos.

Los años en Madrid tampoco fueron fáciles, trabajo muy duro y sacrificio de casi todo hasta terminar la carrera a inicios de 2009. Confieso que de ellos guardo un grato recuerdo porque avivaron las ascuas de mi amor adolescente por la ingeniería, pero estoy seguro de que ya habréis visto la fecha…. Terminé justo en el momento en el que se empezó a hablar de economía en los telediarios.

Los políticos hablaban en la televisión de una palabra tabú, que nadie quería escuchar: crisis. Para otros no sé, pero para un ingeniero recién egresado de la universidad, las implicaciones prácticas eran que mes a mes, la abundancia de ofertas de trabajo, la generosidad del sueldo, el número de empresas donde empezar a trabajar se iba reduciendo de forma visible, y era algo de lo que ya se empezaba a hablar entre los compañeros.

Tras un par de meses de búsqueda de trabajo, algo impensable un par de años antes, cuando las grandes empresas se agolpaban para ofrecerte trabajo en las ferias de empleo de la universidad, fui contratado como jefe de oficina técnica para un proyecto de autovía y viaducto singular presupuestado en 70 millones de euros. Y esta obra, cuestiones técnicas aparte, cambió mi vida para siempre, ya que conocí un puesto del que nadie me había hablado en la escuela: el gerente, encargado de pago a proveedores, certificaciones, tesorería, reporting, reuniones con accionistas, etc.

Al principio, yo era un ingeniero clásico, esperaba aprender muchísimo sobre producción en obra, mejorar mi uso de programas como Istram, GIS o Autocad, aprender las nuevas normativas en carreteros.org, etc. Pero la realidad es que el conocimiento más importante que obtuve de algo más de un año en aquella obra fue descubrir que aunque el ingeniero se crea que trabaja con hormigón, acero o zahorra, en realidad, trabaja con el dinero de los accionistas de su empresa, y que a las empresas, hagan lo que hagan, fabriquen lo que fabriquen, lo único que preocupa es alcanzar los objetivos de rentabilidad.

Entre telediarios en los que se hablaba de crisis económica y prima de riesgo, un día llegó un fax de Fomento que paraba la obra. No era la única obra, de la noche a la mañana yo había perdido mi trabajo y conmigo, varios miles de compañeros que se vieron en la calle en cuestión de días o semanas. ¿Cómo competir por el alimento en una pecera donde el resto de peces son más fuertes y experimentados que tú?

Fue un shock en el colectivo, no nos habían preparado para eso, pasaban los días actualizando el CV, a la espera de que hubiese una nueva oferta en la web de empleo del colegio o que te llamasen para una entrevista. En 2010, ser un ingeniero joven y con poca experiencia, era sinónimo de reducir expectativas salariales, expatriarse o abandonar el sector.

Tras muchas entrevistas de trabajo en empresas del sector en las que te cerraban la puerta por joven, y tras otras tantas entrevistas para cambiar de sector en las que decir que eras ingeniero de caminos suponía un problema, fui afortunado y encontré trabajo en una empresa en mi ciudad natal. Curiosamente, lo que me hizo diferente es que entendía de cobros y pagos en un momento en el que las empresas, más que conocimientos técnicos (no era raro hacer bajas temerarias de hasta el 50% en las licitaciones), para sobrevivir necesitabas cobrar y reducir costes.

Seguía buscando trabajo, pero si seguía haciendo lo mismo, los resultados seguirían siendo iguales. El tiempo, tozudamente, me demostraba que pelear por trabajar en un sector que no contrataba a nadie y donde sobraba gente, era una estrategia fallida y el cambio era cada vez más la única opción. Un día cayó en mis manos el libro “Quien Se Ha Llevado Mi Queso”, y entendí que había que hacer algo, el queso se había acabado y había que salir a buscarlo. No fue fácil, porque ¿qué otra cosa sabe hacer un ingeniero de caminos? Había aprendido que los técnicos de RRHH recelaban de los ingenieros, así que había que analizar sectores donde ser ingeniero no fuese un impedimento. Así fue como conocí la banca de inversión, una salida habitual para ingenieros industriales, matemáticos y físicos. Pero, ¿cómo era posible que mientras la ingeniería tradicional no dejaba de destruir empleo, a este sector le costaba encontrar profesionales?, ¿cómo podía haber al mismo tiempo ingenieros con dificultades para pagar la hipoteca y ofertas de trabajo buscando ingenieros?, ¿cómo podía ser que la banca buscase conocimientos propios de un ingeniero: estrategia, improvisación, trabajo en grandes equipos, análisis matemático, algebra, métodos, estadística o programación, y tuviese problemas para cubrir ofertas sus ofertas de trabajo?, ¿Cómo era posible que en 8 años en la escuela de caminos nadie hubiese hablado nunca de la posibilidad de trabajar en un banco? nadie me hubiese hablado de esta salida profesional

Esta búsqueda de empleo me ayudó a valorar cosas que había aprendido y a las que no les había dado importancia: programación, cálculo, entender el balance de una empresa o la importancia del pago del IVA de las facturas en la liquidez de una empresa. Todo esto lo había aprendido, pero ni siquiera me había parado en que en eso precisamente consistía la carrera de ADE.

Es así como me encontré ante la gran pregunta final: ¿cómo se hace para dejar de ser un ingeniero de caminos tradicional? Tras documentarme, entendí que para poder cambiar de sector había que irse a donde estaban las empresas que podían contratarte y formarte en los sitios donde ellas suelen contratar, al final, las empresas son como las personas, tienen sus costumbres y sus zonas de confort.

Hoy, el mercado laboral es un mercado global, donde compites en formación y habilidades contra los mejores, vengan de donde vengan. A esas alturas, tenía claro que muchas de las virtudes de un ingeniero eran condiciones necesarias, pero me faltaba la piedra angular: la formación técnica que me permitiese entrar en un proceso de selección en iguales condiciones técnicas, pero con todo el añadido de la formación como ingeniero y la forma en la que pensamos y abordamos los problemas. A día de hoy, se podría decir que he seguido el camino que cualquier técnico podría haber tomado en el sector, aunque la formación de ingeniero ha supuesto siempre un plus a la hora de defender mis candidaturas a liderar cualquier proyecto, ya que nuestra capacidad de trabajo y superación es bien conocida y apreciada en el sector.

No me gustaría no acordarme de ayudas externas, que siempre las hay, amigos de toda la vida y nuevos amigos que la vida te trae. Dicen que “nunca hay buen viento para el que no sabe dónde va”, porque la ayuda puede venir hasta de un simple documental que sin esperarlo cambia tu vida, en mi caso, el documental de la expedición de Shakleton, cuyo barco, Endurance, es la mejor descripción de la experiencia de todo ingeniero ya que todo lo que hayas podido aprender, en la escuela o como ingeniero, es simple resultado de la tenacidad, tenacidad que empiezas a cultivar cuando preparas exámenes en primero y no apruebas por primera vez en tu vida, tenacidad para terminar una carrera que pone a prueba tus límites y tus debilidades día a día. Porque cuando terminas la carrera, todos los ingredientes para cualquier carrera profesional de éxito ya están ahí: sacrificio, voluntad, curiosidad para no perder las ganas de aprender nuevas cosas, superación para descubrirte logrando nuevas metas y nuevos retos (incluso para abandonar la zona de confort para cambiar de sector y volver a estudiar una carrera a los 30), ….

Mi humilde experiencia, que espero no os haya aburrido, no sé si es suficientemente relevante, aunque sí creo que representa una lucha contra el conformismo y demuestra que la excusa de “no hay trabajo para mi” o “tu no vales para eso” solo es válida para aquel que esté dispuesto a creérsela.

Enrique Ballesta Rodríguez

Enrique Ballesta es Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad de Granada.

1 comentario

  • Qué maravilla de artículo Enrique. ¿Recuerdas qué te dije hace muchos años? 😉
    Eres un genio y a lo mejor no lo sabes…

    Por cierto, no sé si sabes que tanto mi hermano como yo fuimos fundadores de Caminahora 🙂 Qué alegría verte por aquí.