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Oviedo-París, con paradas

Por entonces, al empezar bachillerato, yo ya estaba convencida. A mí lo que me gustaba eran las mates, la física y, sobre todo, el dibujo técnico. Así qué me decidí por estudiar Ingeniería de Caminos.

Solamente me quedaba decidir dónde estudiar. Yo vivía en Oviedo, donde la titulación de Ingeniería Civil se impartía por primera vez. La tentación de quedarme en Asturias ni se me pasó por la cabeza, a pesar de que en mi casa intentaron al principio convencerme de quedarme en mi tierra donde, obviamente, las condiciones económicas eran bastante más favorables.

Sin embargo, mi motivación por estudiar esta carrera hizo que mi madre me apoyase en la decisión de irme fuera. Después de mirar y cotejar los planes de estudios y las posibilidades de intercambios, me decidí por ir a estudiar a Santander, a la Escuela de Caminos, Canales y Puertos, pues, además de su propio prestigio, ofrecía un programa de intercambio muy interesante con la universidad de Cornell, en Estados Unidos. 

Cuando llegué al colegio mayor, y los veteranos me preguntaron por qué había escogido Santander en lugar de quedarme en Oviedo, me gané un buen mote: Wannabe, que en inglés significa una especie de quiero y no puedo. Con ese apodo todavía me conocen muchos de mis compañeros de Santander.

Quizás pequé de ambiciosa. Pero el Wannabe se convirtió en Gonnabe. Fue en segundo de grado cuando, tras un duro verano de estudio y haber recuperado las asignaturas que me habían quedado para septiembre, recibí una llamada del coordinador de Relaciones Internacionales invitándome a participar en el famoso programa de intercambio con la universidad de Cornell. Fui una de las mujeres más felices de la tierra en ese momento. Mi esfuerzo y trabajo se había visto recompensado y había conseguido mi meta. El programa de intercambio duraba dos años. El primer año del programa se desarrollaba en segundo curso de grado. Ese año lo cursé en Santander, junto con alumnos de intercambio procedentes de varias universidades americanas como Cornell, Princeton o Brown.

Visita al viaducto sobre el río Tajo en construcción con los alumnos americanos de intercambio

Tercero de grado lo cursaría en Estados Unidos, en Cornell o en Princeton. Mi primera opción para el intercambio fue la universidad de Princeton, pero mi nivel de inglés no fue suficiente y no logré sacar la nota que pedían en el Toefl. Luego me tuve que “conformar” con ir un año a la universidad de Cornell.

Digo conformar entre comillas porque no sé cómo habría sido mi año en Princeton, pero desde luego, mi año en Cornell no lo cambio por nada del mundo. Fue el año de los descubrimientos.

Descubrí la cultura universitaria americana, en la que los campus son como pequeñas ciudades, donde la vida de las sororities y las fraternities es exactamente igual que en las películas. Descubrí también los grandes recursos económicos y académicos de los que disponíamos, nada que ver con los de nuestra escuela. La enseñanza en Estados Unidos estaba basada en proyectos, menos exámenes teóricos y más desarrollo de proyectos, bastante diferente al formato español de exámenes globales al que estaba acostumbrada.

También descubrí la gran importancia de la vida asociativa en la universidad, tanto deportiva como social. Esto estaba unido también a un gran sentimiento de pertenencia a la universidad que nunca antes había experimentado en España.

Pero, sobre todo, gracias a la cooperativa estudiante en la que viví ese año, descubrí una cultura de respeto a la multiculturalidad totalmente nueva para mí. Allí vivíamos bajo el mismo techo 33 personas, procedentes de distintas partes del mundo y con distintas religiones. Sudáfrica, Hong Kong, India, México, Ecuador, Corea, Italia, Albania, Suecia, Etiopía, Estados Unidos y España son solamente algunos de los países de origen de los que allí convivíamos. Como religiones, judía, católica, musulmana, protestante e hinduista son algunos de los ejemplos.

Gracias a esta experiencia aprendí a vivir en un ambiente multicultural, en el que era necesario entender y respetar al resto sin creer mejores las costumbres propias. Sin lugar a dudas, este año fue una experiencia enriquecedora desde el punto de vista formativo, pero sobre todo personal.

Con los compañeros de la cooperativa estudiante en Estados Unidos

Tras mi experiencia en Estados Unidos, supe que si me esforzaba en tener buenos resultados el último año de grado, tendría la posibilidad de entrar en un programa de doble titulación para el Master de Caminos con la École Nationale des Ponts et Chaussées, en París, una de las escuelas de ingeniería civil más reconocidas del mundo.

Y no lo dudé. Cabezota como me reconozco, empecé a ir a clases de francés de nuevo, para intentar recuperar el oxidado francés del instituto. También me puse a estudiar, incluso por encima de mis posibilidades, para asegurarme poder entrar al programa.

Y así fue. En septiembre del 2017 empecé como estudiante de doble diploma en la École des Ponts, cursando el primer año de la especialización en Ingeniería Civil y Construcción. En Francia descubrí la gran importancia que se da a los estudiantes y a su potencial, no solo académico sino también laboral.

Las empresas organizan numerosos eventos dedicados especialmente a los alumnos, tienen personal específicamente destinado a promocionar las relaciones empresa-escuela y subvencionan también gran parte de las actividades de las escuelas, como los torneos deportivos o las campañas para la elección de delegación de alumnos.

Además, dentro del sistema de la escuela, después del primer año de especialización, es obligatoria la realización de unas prácticas en empresa, para acercarse al mundo laboral y decidirse hacia qué campo queremos dirigirnos en el futuro. Con tantas empresas que visitan la escuela y tantos eventos de reclutamiento, las oportunidades de obtener unas buenas prácticas, formativas y con buenas condiciones, se multiplican, cosa que en España sería imposible. Yo tomé la decisión de hacer dos prácticas de seis meses. Tras barajar varias opciones, me decidí por hacer la primera parte de mis prácticas en Londres, trabajando para una empresa francesa en uno de los proyectos de infraestructura más grandes en Inglaterra a día de hoy, Tideway Project. Aquí fui sometida a uno de los mayores desafíos a nivel intelectual de mi vida, pero también fue una experiencia muy gratificante, pues tras seis meses conseguí ser una parte importante del equipo y ver que mi trabajo se veía realmente valorado.

Haciendo la revisión de la instalación de la valla de obra en Londres

Tras terminar en Londres, decidí aceptar una proposición para trabajar seis meses para una empresa especializada en proyectos de obra geotécnica en la Antillas Francesas. Pase 3 meses en Martinica, haciendo el seguimiento de calidad y producción en una obra de pilotes metálicos hincados con martillo hidráulico. Tras la experiencia en Martinica, la empresa me envió a Guadalupe, para preparar otras obras de hinca de tablestacas y hacer su seguimiento.

Con el vibrador hidráulico para la instalación de pilotes en Martinica

De mi experiencia en las Antillas me llevo grandes conocimientos técnicos. Pero sobre todo me llevo la demostración de mi capacidad de adaptación a situaciones difíciles. Ser joven, en una empresa en la que eres la única mujer ingeniera, y en una obra en medio del caribe en la que los equipos a mi cargo eran únicamente locales, no fue tarea fácil. Sin embargo, saqué mi genio y desarrollé una capacidad que nunca creí que pudiese tener para responder a las posibles impertinencias del día a día.

Ahora estoy de nuevo en París, cursando mi último semestre en la École des Ponts. Tras este semestre, vuelvo a Santander a cursar el último cuatrismestre del master, para poder obtener mi título español.

A finales de este año comenzará mi verdadera aventura laboral. Una nueva etapa para la que me siento preparada, pues he intentado aprovechar todas las oportunidades que la vida me ha puesto en el camino para prepararme para este momento.

Personalmente, os animo a ser cabezotas y a perseguir vuestras metas. Y si no tenéis una meta clara, a no dejar los trenes pasar. Rara vez una misma oportunidad se presenta dos veces, y una de las peores sensaciones es el remordimiento por no haber aprovechado una oportunidad o por no haber luchado por algo que realmente merecía la pena.

Os animo a salir de la zona de confort, a viajar, y a enfrentaros a situaciones incómodas.  Es en esas situaciones en las que nos superamos a nosotros mismos y en las que más crecemos profesional y personalmente.

Maria Riol Cepeda

Maria Riol Cepeda es Ingeniera Civil por la Universidad de Cantabria
Máster en Ingeniería de Caminos por la Universidad de Cantabria / École des Ponts ParisTech

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